Verdadera rendición de cuentas

Estuve en una ciudad de Asia Central reunido con un grupo de casi treinta obreros misioneros. Mientras hablaba, los obreros estaban sentados en forma de U alrededor de mí. Había dos parejas que estaban sentadas a mi derecha, parcialmente detrás de mí, ambos mayores, líderes empresariales jubilados. Se habían trasladado a Asia Central para servir a sus respectivas organizaciones misioneras, cumpliendo con las necesidades financieras y administrativas. Cuando llegamos al tema de la rendición de cuentas le pregunté a todos, “¿Cómo es su rendición de cuentas?” Varios respondieron “Grandiosa”, “Buena”, etc. Pero por el rabillo del ojo pude ver a los hombres a mi derecha sacudiendo la cabeza y riendo entre dientes. Me volví hacia ellos y pregunté: “¿Por qué sacuden la cabeza?” A mi pregunta, se rieron en voz alta y dijeron: “Comparadas con nuestras anteriores vidas de negocio, las organizaciones misioneras no tienen rendición de cuentas”.

Decir que “las organizaciones misioneras no tienen rendición de cuentas” suena como una exageración en el peor de los casos, y una generalización en el mejor de los casos. Pero como miembro de 31 años y alguien que ha consultado con una variedad de organizaciones misioneras, creo que esa declaración no es exagerada. Casi todas las organizaciones con las que he trabajado ciertamente tienen un par de excelentes líderes de campo, pero es sorprendente cuán pobre e inconsistentemente, las organizaciones, en general, manejan la rendición de cuentas con su gente.

Cuando fui por primera vez al extranjero, mi supervisor de campo me pidió que escribiera mis metas para mi primer año. Pasé casi un día entero, orando y buscando al Señor para que me dijera qué quería que haga. Escribí dos páginas de metas para mi familia, el ministerio y mi crecimiento personal. Cuando se lo entregué a mi jefe, dijo: “Gracias, se ve genial.” Nunca volví a oír hablar de esas metas. Sin embargo, al comienzo del Año Nuevo, tuvimos una reunión de equipo y se nos dijo que escribiéramos nuestros objetivos para 1985 y los presentáramos a finales de enero. Esta vez invertí cerca de 4 horas orando y escribiendo mis metas. Una vez más, nunca más he oído nada sobre esas metas. En enero de 1986 se nos pidió nuevamente a los miembros del equipo que presentásemos nuestras metas. Gasté unos 30 minutos en escribirlas, luego se las entregué y por supuesto nunca oí nada de nuevo. Las metas, como las resoluciones de Año Nuevo, eran algo que escribíamos, soñábamos, pero nunca se esperaba que las cumpliésemos.

Claramente mi supervisor tuvo que “marcar” para su director de campo que todos habíamos presentado nuestras metas, pero ¿para qué sirvió? Años más tarde, cuando estaba dirigiendo un equipo, y luego haciendo negocios, aprendí el valor de la fijación de metas y escribir los planes de antemano. Pero puede estar seguro de que fui diligente para dar seguimiento tanto a mi equipo como a los informes directos de la empresa para asegurarse de que estaban haciendo lo que se propusieron hacer.

Como líderes tenemos los corazones de nuestra gente en nuestras manos. Se nos enseña en Hebreos 13:17.

Obedezcan a sus líderes y sométanse a ellos, porque ellos velan por sus almas como quienes han de dar cuenta,…”

El liderazgo espiritual no debe tomarse a la ligera. Tanto si estamos supervisando a los obreros, liderando un equipo o dirigiendo un estudio bíblico, los líderes darán cuenta al Señor por sus enseñanzas, acciones y consejos que darán a aquellos a quienes dirigen.

A medida que recalibramos las misiones para la próxima generación, necesitamos relaciones y una verdadera rendición de cuentas.

 Autor: Patrick Lai

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